En salas un historia verdadera
Adaptación cinematográfica de un reportaje publicado por New York Magazine, la película de Lorene Scafaria cuenta la historia real de un grupo de trabajadoras de un club de striptease que unen sus fuerzas para timar a sus clientes, acaudalados magnates de Wall Street. Comedia de chicas, cuento moral sobre los peligros del capitalismo y también thriller criminal, este es el relato del ascenso y caída de unas mujeres empoderadas que querían robarle a los ricos para quedárselo todo ellas.
Forjado en el folclore medieval, el mito de Robin Hood, forajido audaz que desafiaba los edictos reales y robaba con el fin de sanear la economía de los pobres, ha sido objeto de un sinfín de revisiones literarias y cinematográficas, siempre impregnadas, claro está, de algún tipo de guiño moral en sintonía con los tiempos. La historia arquetípica del Robin de Locksley, de alguna forma canonizada por Alejandro Dumas en su impagable El Príncipe de los ladrones, se ha prestado a todo tipo de analogías contemporáneas, encajando perfiles del personaje en no pocos protagonistas del cine de gánsteres y, últimamente, en ese subgénero que es ya el cine de narcos. Es a partir de este código moral que encarna el príncipe de Locksley, en el que el quebrantamiento de la ley se justifica por la finalidad última, superior y materialmente justa que la conducta ilegal persigue, como la periodista de New York Magazine, Jessica Pressler, ideó el reportaje «The Hustlers at Scores», que es el punto de partida de Estafadoras de Wall Street, la película que dirige Lorene Scafaria.
Si bien sobre el mito de Robin Hood siempre ha planeado la sombra de la lucha de clases y una crítica tanto al autoritarismo como al propio capitalismo. No son esas relaciones de poder sino aquellas que tienen que ver con el género las que se encuentran en el centro de esta historia. Situada en la estela de otras películas como The Flaw, El lobo del Wall Street, Wall Street: El dinero nunca duerme, Los últimos días de Lehman Brothers o Margin Call, el trabajo de Sacafaria arranca también en esos días de 2008 en el que al capitalismo financiero se le abrieron las costuras, exhibiendo su lado más dramático, pero también más banal. Y lo hace a partir de uno de esos mundos subalternos a la realidad del bróker, como lo es el de la prostitución. Es ahí donde se desarrolla la historia de unas strippers que idean una trama para estafar a los asiduos e inescrupulosos ejecutivos que acuden a sus espectáculos. Personas sobre las que no es posible trazar un único perfil: hombres de familia que buscan un paréntesis de perversión, pervertidos que buscan un paréntesis familiar y pagan por ser escuchados, adolescentes perpetuos que necesitan exhibir el saldo de sus transacciones, alcohólicos o adictos. En cualquier caso, contaba Roselyn Keo, protagonista real de esta historia, que a todos ellos les unía una doble condición: la de ser ricos, y, esto es la clave, la de poder comportarse como unos auténticos pringados.
Tomando en consideración ambas circunstancias, y ya en el Nueva York posterior a la gran crisis, ella y su mentora y compañera de batallas en el Hustler Club de Larry Flynt, Samantha Foxx, decidieron reinventarse. El camino a seguir fue muy sencillo, aprovecharse de los pringados. ¿Cómo? Ofreciéndoles bellas mujeres y también cócteles aderezados con suficiente MDMA y ketamina como para que pudieran perder la voluntad y no recordar nada. De esta forma, mientras los exitosos trabajadores del Down Town andaban perdidos en su romanticismo, el equipo de Keo y Foxx aprovechaba para sacarles los datos necesarios para dar sablazos de veinte mil dólares a su cuenta corriente. La fórmula funcionó a las mil maravillas durante mucho tiempo, porque estaba bien planeada y porque, como confesaba Keo a Jessica Pressler, todo el plan se construía sobre un hecho infalible: A los hombres no les gusta aparecer como víctimas de las mujeres. Por tanto, los despendolados ejecutivos tenían un incentivo añadido para no denunciar.
Todo esto llegó a su fin cuando uno lo hizo y pudo poner negro sobre blanco la treta de las strippers. Unas Robin Hood audaces y bellas que al contrario que el de Sherwood no robaban para compartir con los pobres, sino porque, al igual que sus víctimas, y como confesara la bella Roselyn Keo, a ellas, simplemente, también les gustaba hacer mucho dinero de forma muy rápida y a costa de los primos. CURRO JEFFERSON