"Jamás me censuraría por no conseguir hacer reír a alguien"
Cualquier entrevista telefónica añade un punto de incertidumbre a la conversación. ¿Está el entrevistado tan entregado a la causa como lo estaría si la charla ocurriese en persona? Dani Rovira (Málaga, 1980) coge el teléfono desde su casa, asegurando estar tranquilo y dispuesto para afrontar una charla sobre Los Japón, una nueva comedia dirigida por Álvaro Díaz Lorenzo (Señor, dame paciencia) que llega a las salas el próximo 28 de junio. La idea es también hablar sobre él, profundizar en su faceta de intérprete, en sus inquietudes como cómico. Abandonar lugares comunes, comodidades de promoción y adentrarse en aquello que todavía no haya dicho una de las personas más famosas de nuestro país. Si es que eso es remotamente posible.
Los Japón cuenta la historia de Paco Japón, un hombre de Sevilla que, de la noche a la mañana, ve cómo cambia su vida cuando le comunican que es el heredero del fallecido emperador japonés. Salvando las distancias, ¿encuentras similitudes con tu historia de éxito masivo repentino con Ocho apellidos vascos? ¿Te atraía plasmar eso en la pantalla?
Sí, totalmente. Hay que reconocer que Ocho Apellidos Vascos dio con una fórmula exitosa que se ha ido repitiendo durante los últimos cinco años, ha ido creando tendencia. Aunque cada película y cada director son distintos, no vamos a negar que hay una búsqueda de este género que yo llamo pez fuera del agua. Pasó con los vascos, con los catalanes, hay películas en Suiza, en Vietnam, y ahora en Japón.
Además de las conexiones que pueda encontrar con mi propia historia, una cosa muy chula que tiene esta película es que viene de un caso real: en Coria del Río viven unas cuatrocientas personas que descienden de expediciones japonesas del siglo XVII. Es una historia que estaba rondando por ah., hasta que Álvaro Díaz Lorenzo decidió cargar con ella y echar a andar. Y en eso estamos.
Puede parecer que existe una conexión entre Thi Mai, rumbo a Vietnam y Los Japón. Sin embargo, tu vinculación con estos dos proyectos es distinta. Aquí eres el protagonista. ¿Cómo se desarrolló el rodaje, cómo te sentiste trabajando con Díaz Lorenzo?
El de Los Japón fue un rodaje alucinante, pero no te voy a negar que a nivel de agenda fue un poco complicado. Por fechas de unos y de otros hubo que hacer todo un puzle. Si no recuerdo mal, estuvimos una semana en Japón, rodando a saco; y luego hubo un parón en el cual a m. me dio tiempo a filmar Taxi a Gibraltar, y en el que María León estaba con Allí abajo. No se podía hacer de otra manera, fue un poco locura a nivel logístico. Ahora, lo que viene siendo el rodaje en sí, fue maravilloso. Japón fue un caos, pero un caos divertidísimo. Álvaro lo conocí seis o siete meses antes de filmar y hubo una conexión inmediata. Él es de Fuengirola y conectamos muy bien, somos muy parecidos, ha sido muy fácil rodar con él. Ya no solo por el talento, sino por el talante: él era una balsa en la que refugiarse, con sentido del humor. Como actor, te permitía aportar de todo.
En tu vida parece que tienes dos partes diferenciadas. Una, la del activismo que llevas a cabo con tu fundación Ochotumbao, y luego otra laboral, cinematográfica. En la primera ya has dicho más de una vez que tienes que centrar mucho cada esfuerzo, mientras que parece que lo que te mueve en el cine es disfrutar: siempre lo has tomado con ligereza, como algo que es un regalo. ¿Sigue siendo así?
No solo sigue siendo así, sino que cada vez lo va a ser más. El año pasado filmé tres películas seguidas, rodajes casi encadenados con la locura que fue Superlópez. Si tengo la suerte de poder elegir guiones, rechazar algunos o poner ciertas condiciones en otros, es porque no me va la vida en hacer cine. Me encanta, lo disfruto ya que está en mi vida, pero antes de que me llegara el cine estaba muy feliz con mis monólogos o con colaboraciones en radio. Me he propuesto parar un poco, volver a los escenarios, se estaba volviendo todo un poco asfixiante. Quiero escribir un libro, seguir con la fundación, hacer monólogos… Ser más selectivo, en general. La próxima película la empiezo en marzo, y es de las que van a dar que hablar.
¿Qué hay tuyo cuando interpretas, cuando haces comedia? Te atribuimos siempre un aspecto más blanco, que encaja en cualquier lado. No obstante, de vez en cuando aparece en ti algo más ácido, más cabrón. Por ejemplo, cuando acudes a La resistencia.
Es una mezcla un poco de todo.Dentro de toda la amalgama de monologuistas españoles, en general tengo un humor blanco roto: no encaja en cualquier sitio. No creo que eso sea algo malo. Al contrario, lo que hace Leo Harlem, por ejemplo, es portentoso. Es muy difícil hacer un humor que encaje en una sala, en El club de la comedia o en una cena de empresa. Tampoco soy un cómico que est. volcado en el humor negro, o en la crítica política. Cuando me subo a un escenario o colaboro con David Broncano sí soy más yo. A mí cada vez me gusta menos meterme en empantanaos. Cuando la gente va al teatro a verme, me gusta meter alguna pildorita de mi activismo, no por aleccionar, sino por dejar una impronta de lo que yo soy. Pero lo que quiero es que se diviertan, independientemente de que estén de acuerdo con lo que diga o no. En comedia casi siempre el fin justifica los medios.
¿Te refieres a que hacer reír es el fin último, lo que pase antes da igual?
Sí, y fíjate que he dicho casi siempre. Hay excepciones. Pero por ejemplo en Odio, el espectáculo con el que estoy ahora mismo, uso ciertas herramientas para llegar al final y preguntar al público: ..Os habéis reído?.. Pues ya está. Da igual que lo que yo haya dicho sea verdad o mentira, que estéis de acuerdo con un comentario que he dicho, que no lo estéis, que haya sido tramposo diciendo que tengo cinco hermanos porque me venía bien para un chiste. Lo importante es que has estado una hora y media riéndote. Qué cojones importa de lo que hayas hablado o no.
Pero al poner la risa como el fi n último parece que el chiste no es válido si no consigue hacer reír. Hay una tendencia a censurar un chiste según la risa subjetiva de cada uno. ¿No crees que podrías hacer un espectáculo, que no se riese nadie, y aun así seguir considerándolo válido?
No, claro, jamás me censuraría por no conseguir hacer reír a alguien en particular. Creo que lo que tiene que pasar en ese caso es que esa persona no volviera a consumir mi producto. Y bueno… .a lo largo de una hora y media no creas que me entra todo! (ríe). Siempre miras el aspecto global. La gente que dice que el límite del humor esté en que sea gracioso olvida que existen muchas combinaciones: un chiste puede ser muy ingenioso y ofender mucho, y otros ser más blancos y tener menos gracia. El truco está en que el consumidor entienda que manda, y que tiene el poder de apoyar aquello que le gusta. Pero jamás crear barreras o movilizar para que nadie vuelva a ir a ver a este o aquel intérprete. A m. hay humor que me ofende. .Y sabes lo que pasa? Que me jodo. No monto una campaña para que cierren una cuenta de Twitter o despidan a alguien. Simplemente no consumo más a ese artista.
Volviendo a Los Japón y a tu faceta de intérprete, ¿crees que tu técnica ha evolucionado desde Ocho apellidos vascos? Creo que tienes una comedia muy gestual, que ha evolucionado desde la ingenuidad hasta algo más seguro, transmites una mayor confianza.
Realmente, y si te soy sincero, la vez que más me he preparado un papel ha sido en 100 metros, porque tenía la responsabilidad de mostrar en un personaje una enfermedad real. Físicamente, emocionalmente, tenía que entender muy bien a Ramón. .El resto? Sinceramente, ha sido todo mera intuición. Intuición y ser resolutivo. En Ocho apellidos vascos, al ser mi primera película, estaba por desprecintar. Es verdad que se prestaba más a la caricatura, estaba construida desde la farsa. Menos el personaje de Amaia, que era el más real. Obviamente supongo que habrá habido una evolución, pero cuando eres protagonista de comedias románticas empiezas a entender que tu personaje siempre es el más neutral. El protagonista está ahí para que los secundarios se vuelvan más locos. Es un trabajo de contención. También, al haber ido rodando tanto, al aceptar tantos proyectos, uno pierde control. Por eso quiero parar, empezar a prepararme los personajes de una manera que, hasta ahora, con tanto papel de protagonista, no he podido. Sobre la confianza que mencionas, creo que cuanto más conocimiento del mundo del cine y la interpretación tengo, más inseguridades adquiero. La seguridad que tenía en Ocho apellidos vascos no la tengo ahora. No era ni seguridad, era inconsciencia. A mí me pesa la idea de la taquilla, de mi próxima película. No soy un superhéroe que se pueda separar de las presiones, del contexto, de las expectativas.
POR SANTI ALVERÚ